
Bitácora de viaje a Milos (y nuestras mejores recomendaciones)
Según Epicteto, todas las cosas que existen se dividen entre las que dependen de uno y las que no. El filósofo griego decía que la felicidad reside en controlar únicamente las que dependen de uno y en soltar el control sobre que no. Manual para la vida feliz, libro que atesora su filosofía, me acompañó en mi último viaje a Grecia. Es de esos libros que revolucionan tu manera de ver el mundo, ideales para viajar.
En Compañía del Sol, elegimos un destino para cada colección, en el que nos inspiramos a la hora de diseñar. Luego viajamos a realizar la campaña in situ. Para invierno elegimos Mendoza; para verano Milos, una isla tan sencilla como paradisíaca a donde nos escapamos unos días del invierno.

Llevamos los trajes de baño, la línea de activewear y una cápsula diseñada para volar en avión; tres propuestas versátiles que hacen a la valija de viaje perfecta.



En la antigüedad, los griegos tenían un solo nombre para el verde y el azul, que consideraban dos matices de un solo color: el color del mar. Este protagoniza nuestra nueva colección, con cortes minimalistas que reflejan el estilo de vida simple de la isla y avíos como perlas y caracoles, inspirados en el fondo del mar.

Viajé con Sole, nuestra fotógrafa de toda la vida, su pareja y la modelo, una viajera que vive escapando del invierno. Mora transmitía todo lo que queríamos representar: liviandad, sencillez, verano eterno.

Nos hospedamos en una casita en Plaka, uno de los pueblitos más pintorescos de la isla. Las distancias a pie nos permitieron explorar varias opciones para terminar cada día comiendo algo rico.
Nuestro cronograma estaba regido por el sol.
Comenzamos cada día a primera hora para aprovechar los primeros rayos de sol en Sarakiniko, un lugar con formaciones rocosas que te hacen sentir en la luna por las que elegimos Milos como destino. Su luz pura, sus líneas suaves y su
energía magnética se transformaron en el escenario perfecto de nuestra campaña.
Al mediodía cortábamos para almorzar y disfrutar de las playas. Fyriplaka Beach fue mi favorita,extensa y tranquila, ideal para nadar y leer un libro.

La playa en Firopótamos es más íntima, sus casitas coloridas contrastan con el agua cristalina y vale la pena almorzar en sus paradores de comida típica. El pescado fresco, la ensalada horiatiki y las spanakopitas de pulpo son algunas de mis especialidades predilectas.
Por la tarde salíamos a la captura de sus últimos rayos. El mejor atardecer nos sorprendió en Mandrakia, un pueblito pesquero que parece pintado a mano, donde celebramos el cierre de la campaña con un tapeo en Medusa Restaurant. Terminamos exhaustos, pero satisfechos con el resultado. Fue mágico darle un cierre a la colección que diseñé produciéndola en el lugar en el que me inspiré. En la rutina, uno a veces se olvida por qué hace lo que hace.
Lo mejor de un viaje es poder observar el día a día desde otra perspectiva y reconectar con el propósito personal.

Milos me regaló caminatas eternas, momentos compartidos y otros introspectivos. Como madre, me cuesta irme de casa, pero está bueno aprender a extrañar sin sufrir y, como aconsejaría Epicteto, a soltar el control a la distancia. Milos me hizo entender que no hace falta viajar para activar el modo avión o disfrutar de todo lo que se disfruta en un viaje. De regreso en Buenos Aires, le pregunté a mis hijos qué es lo que más les gusta de viajar. Su respuesta fue el desayuno del hotel y los paseos en familia. ¿La mía? Romper con la rutina y comer sabroso. Dos cosas que, a partir de ahora, decidí hacer más seguido en casa. Les prometí a mis hijos llevarlos a pasear por el centro y, por supuesto, llevarlos a desayunar a un hotel.

Me prometí a mí misma cocinarme rico siempre, ser más flexible con mi rutina, tomarme la vida como una aventura y seguir siendo la persona conectada con el disfrute que soy cuando viajo, todos los días.
Por Lucila Torres